Abierto, de 10:00-14:00 h y 16:00-19:00 horas
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La primera y definitiva evidencia de la presencia y actividad del hombre es la fabricación de útiles. El género humano se define como homo faber u homo ergaster, capaz de transformar la naturaleza en su propio provecho, motivo de su supremacía como especie. El lento proceso que dio lugar a la tecnología de las herramientas en piedra recorre un enorme y oscuro período de milenios, desde los primeros cantos golpeados para obtener un filo hasta las delicadas láminas de retoque cubriente, o el pulimento del Neolítico. En este avance la talla bifacial, por ambas caras de la piedra, supone un progreso espectacular. Bifaces u otro tipo de artefactos, como este hendedor, caracterizado por un filo transversal al eje de la pieza, caracterizaron al Paleolítico Inferior achelense hace más de 100.000 años. Hallado en las cercanías de Cacabelos, este tipo de herramientas suele localizarse en lugares donde fueron arrastrados por la corriente de los ríos, actualmente terrazas que reflejan el trazado de los antiguos cauces. Nociones como simetría, belleza, regularidad y canon están presentes en esta obra más allá de su estricta funcionalidad, lo que nos indica un complejo mundo de saberes y sentimientos que apenas somos capaces de vislumbrar a partir de este sencillo objeto, una de las primeras conquistas de la humanidad.
Estamos ante el objeto artístico más antiguo del Museo, el denominado “ídolo de Tabuyo” por el lugar de su hallazgo, hace más de un siglo. Se trata de uno de los más elocuentes testimonios de la cultura prehistórica en tierras del Noroeste peninsular y, además, se cuenta entre los más antiguos de sus bienes artísticos musealizados. Hace unos cuatro mil años esta gran laja de piedra esquistosa fue grabada con representaciones esquematizadas, quizás una figura humana y, con seguridad, distintas armas. La pieza, cuyo contexto arqueológico se desconoce, tal vez formó parte de una sepultura en forma de cista o caja, en la que la representación de ese armamento pudo sustituir la presencia auténtica de un puñal, una lanza y un posible escudo. También podría tratarse de una estela conmemorativa. Pero siempre en relación con la exaltación de una personalidad singular del grupo, o de una idea colectiva, la de un gran guerrero.
Estamos ante el objeto artístico más antiguo del Museo, el denominado “ídolo de Tabuyo” por el lugar de su hallazgo, hace más de un siglo. Se trata de uno de los más elocuentes testimonios de la cultura prehistórica en tierras del Noroeste peninsular y, además, se cuenta entre los más antiguos de sus bienes artísticos musealizados. Hace unos cuatro mil años esta gran laja de piedra esquistosa fue grabada con representaciones esquematizadas, quizás una figura humana y, con seguridad, distintas armas. La pieza, cuyo contexto arqueológico se desconoce, tal vez formó parte de una sepultura en forma de cista o caja, en la que la representación de ese armamento pudo sustituir la presencia auténtica de un puñal, una lanza y un posible escudo. También podría tratarse de una estela conmemorativa. Pero siempre en relación con la exaltación de una personalidad singular del grupo, o de una idea colectiva, la de un gran guerrero.
El depósito de Valdevimbre es uno de los conjuntos metálicos más sobresalientes y antiguos de la prehistoria de la cuenca del Duero. El conjunto tiene una gran variedad: dos hachas planas (una de ellas mal fundida y sin desbastar), dos puñales (o alabarda y puñal) con base claveteada, una punta de lanza y un regatón, ambos de enmangue tubular, son útiles más comunes que los restantes. Estos sorprendentes objetos son una pequeña sierra, única en su género y un tas o yunque de orfebre. Junto a ellos un pequeño aplique abellotado y un resto de escoria completan el que pudo ser un posible repertorio de fundidor, de broncista. Entendemos como depósito su enterramiento ritual, posiblemente considerado una ofrenda propiciatoria en el tránsito entre las tierras cultivadas y el bosque que cerraba el páramo leonés por las gentes del cercano castro de Ardón hace unos tres mil trescientos años. Hallado fortuitamente en 1925, el depósito desapareció durante casi ochenta años hasta que la familia García-Tabarés lo recuperó entre los enseres de sus antepasados y, generosamente, lo donó al bien común.